"Aunque se mantiene quieta junto al marco de la puerta su respiración la delata, su pulso acelerado por las lágrimas derramadas hace apenas un minuto y ese intento torpe de respirar por la boca sin que suene como el viento cuando sopla del norte me avisan de su cercanía.
Quiere que haga ese movimiento de cabeza para entrar corriendo y acurrucarse entre mis brazos, entre los cojines y las mantas, pero no puedo permitírselo, hoy no.
— Rose,— me giro y veo como su pie izquierdo retrocede de manera instintiva echando todo su cuerpo hacia atrás. Es solo un instante pero para mí es más que suficiente. A veces olvido que Daniè es humana y que en algunas ocasiones doy miedo.— tu padre quiere que estés allí cuando suceda.
Bajo los pies del sofá y, dejando la manta y el cojín, me acerco hasta la puerta. Daniè se queda delante de mi aunque desea salir corriendo. Desde que somos pequeñas tiene que luchar contra su instinto animal siempre que me ve manifestada.
Se aparta hacía la derecha y sin tocarla salgo al pasillo y continuo hacia la izquierda. Nadie recorre estos pasillos desde hace una semana, solo yo, y tampoco es que salga demasiado de mi habitación. Todo el servicio que queda son dos guardias apostados ante la puerta de la habitación real y Daniè, que duerme en la Casa de Huéspedes.
Los dos guardias mantienen la vista en el suelo cuando me pongo frente a la puerta. Abren las puertas y entro en la habitación. Me quedo de pie en la entrada viendo a Daniè por el rabillo del ojo y esperando a que ambos guardas cierren las dos grandes hojas de madera.
En la habitación solo queda la cama y una pequeña mesa de noche junto a esta. Esta reluciente. El suelo de mármol blanco proyecta mi imagen como si fuera un espejo, las paredes han sido repintadas y hace apenas unas horas Daniè abrió las ventanas, justo antes de que llegara mi padre de visita.
El aire aun huele a vainilla y desde alguna rendija oculta entre las esquinas de la habitación sopla una brisa que arrastra el perfume de mi padre hasta la entrada. En apenas unos minutos toda la habitación olerá a él.
Me acerco a la cama y me quedo detrás de padre, que aunque no gira la cabeza sabe que estoy aquí por la expresión tranquila que tiene mi madre. Una sonrisa tímida asoma a su rostro y se la devuelvo sin que parezca macabra. No se me da bien sonreír, ni reír, desde hace años.
Padre se levanta y sin mirarme pasa a mi lado y sale de la habitación. No puede estar presente.
Me acerco a la cama y me tumbo junto a mi madre. Cuando se apoya sobre mi pecho y sus manos recorren mi espalda recuerdo todas aquellas veces que lo hizo mientras era pequeña, solo para que pudiera salir corriendo y curar a Daniè. Y ahora se muere.
Nuestra existencia se remonta a unos cientos de años. Tras la última guerra y la reconstrucción de Valuè, una extraña carga eléctrica recorrió la ciudad y el Palacio otorgando a algún antepasado, un tatarabuelo posiblemente, la capacidad de generar todo aquello que pudiera crear su mente.
Dicen que fue un hechicero, de aquellos de melena plateada, el que envió ese impulso de energía por las calles de Valuè antes de dejar este mundo con la esperanza de que algún alma pura y de buen corazón supiera como utilizar ese don.
En nuestros inicios los diarios muestran una clara inestabilidad a la hora de controlar la mente. Nadie nace sabiendo. Con el paso de los años la Corte investigo las características de aquel antepasado y algunos sabios ayudaron a desarrollar una teoría que aun nadie ha derribado.
Nos llaman Ángeles de Energía y, como he dicho, tenemos la capacidad de crear todo aquello que queramos a partir de nuestra mente y cierta cantidad de energía. El diario que cuenta nuestra historia ha seguido llenándose de anotaciones y datos, de características que son importantes a tener en cuenta para uno de nosotros. Mi madre se lo leyó siendo pequeña y yo me vi obligada a hacer lo mismo.
Todo Ángel necesita un Generador, una persona que está ligada a él o ella y que, a diferencia de nosotros, en vez de gastar la energía, la genera.
Mi madre encontró a Padre un día paseando con la Guardia Real por el pueblo, atendiendo un puesto de fruta. Como Ángel y Generador la atracción fue inmediata, el matrimonio no tardó en llegar y días después murió mi abuelo, extinguiendo su esencia de este mundo y otorgándosela a mi madre.
Y ahora le toca a mi madre vaciar su cuerpo de energía y pasarme el relevo a mí para que dentro de una semana sea coronada como Reina de Valuè. Cuando el último hilo de energía salga de Madre comenzara la cuenta atrás de mi Padre y en un año él también desaparecerá.
— Rose —. Bajo la cabeza hasta mi madre y sus uñas se clavan en mi espalda. Quiere acabar con esto de una vez. — Está bien, tiene que ser así. Yo lo pase con tu abuelo, es parte de tu desarrollo.
Ciertamente, tengo treinta años, aparento dieciocho y mi cuerpo seguirá estancado en esta edad hasta que desaparezca mi ángel predecesor. Es parte de mi desarrollo.
La visión que Madre y yo tenemos sobre la muerte es diferente a la que tiene Padre. Es el principal motivo por el que no está permitido que, a la hora de pasar el relevo de ángel a ángel, este presente el Generador o ningún humano. El otro motivo es que no soportan nuestra forma manifestada.
— ¿Lista?
— No, pero adelante. — Agarro a Madre y la siento sobre mí. No quiero que se consuma hundida en un colchón.
— Todo irá bien, Avalon y Daniè cuidaran de ti hasta que encuentres a tu propio Generador y, mientras tu vivas, una parte de mi seguirá contigo para siempre.
Presiono a Madre contra mí y cuando sus ojos se tornan negros suelto todo el aire. Mis pulmones se expanden por la carga eléctrica que recorre mi cuerpo. No se nota, ¿sabéis? Si entrase Daniè o uno de los guardas apostados ante la entrada a la habitación no sabrían que se está consumiendo.
Pero yo lo noto, lo siento, y es lo único que importa. Tengo a mi madre muriendo entre mis brazos y no puedo evitarlo. Ni siquiera puedo parar la trasfusión de energía, nos podría matar a las dos.
Su tez antaño perlada se vuelve cadavérica. Un blanco sin vida, sin brillo.
— Te quiero Rose. — Entierro los labios entre su pelo castaño que, al igual que su piel, pierde brillo y vida progresivamente.
— Te quiero Mama. — Su sonrisa sobre mi cuello y sus manos resbalan hacia los costados, inertes. El negro ha desaparecido de sus ojos y son de un tono azul plateado otra vez.
No la suelto, aun no. Cierro sus ojos y poso sus manos sobre el regazo para poder abrazarla una vez más. Un temblor incontrolable recorre todo mi cuerpo y quiero gritar, lo que sea, rugir al viento y bajar hasta el Inframundo a exigirle a Lucifer que me devuelva a mi madre.
Padre entra en la habitación y se queda a metros de la cama, observando como su mujer y compañera durante cincuenta años ha dado su vida para que su hija pudiera seguir la suya.
Dejo a madre sobre el colchón y me doy la vuelta. Rosas blancas nacen de las sabanas y acunan su cuerpo mientras yo me alejo de ella. Jamás volveré a verla.
Quiere que haga ese movimiento de cabeza para entrar corriendo y acurrucarse entre mis brazos, entre los cojines y las mantas, pero no puedo permitírselo, hoy no.
— Rose,— me giro y veo como su pie izquierdo retrocede de manera instintiva echando todo su cuerpo hacia atrás. Es solo un instante pero para mí es más que suficiente. A veces olvido que Daniè es humana y que en algunas ocasiones doy miedo.— tu padre quiere que estés allí cuando suceda.
Bajo los pies del sofá y, dejando la manta y el cojín, me acerco hasta la puerta. Daniè se queda delante de mi aunque desea salir corriendo. Desde que somos pequeñas tiene que luchar contra su instinto animal siempre que me ve manifestada.
Se aparta hacía la derecha y sin tocarla salgo al pasillo y continuo hacia la izquierda. Nadie recorre estos pasillos desde hace una semana, solo yo, y tampoco es que salga demasiado de mi habitación. Todo el servicio que queda son dos guardias apostados ante la puerta de la habitación real y Daniè, que duerme en la Casa de Huéspedes.
Los dos guardias mantienen la vista en el suelo cuando me pongo frente a la puerta. Abren las puertas y entro en la habitación. Me quedo de pie en la entrada viendo a Daniè por el rabillo del ojo y esperando a que ambos guardas cierren las dos grandes hojas de madera.
En la habitación solo queda la cama y una pequeña mesa de noche junto a esta. Esta reluciente. El suelo de mármol blanco proyecta mi imagen como si fuera un espejo, las paredes han sido repintadas y hace apenas unas horas Daniè abrió las ventanas, justo antes de que llegara mi padre de visita.
El aire aun huele a vainilla y desde alguna rendija oculta entre las esquinas de la habitación sopla una brisa que arrastra el perfume de mi padre hasta la entrada. En apenas unos minutos toda la habitación olerá a él.
Me acerco a la cama y me quedo detrás de padre, que aunque no gira la cabeza sabe que estoy aquí por la expresión tranquila que tiene mi madre. Una sonrisa tímida asoma a su rostro y se la devuelvo sin que parezca macabra. No se me da bien sonreír, ni reír, desde hace años.
Padre se levanta y sin mirarme pasa a mi lado y sale de la habitación. No puede estar presente.
Me acerco a la cama y me tumbo junto a mi madre. Cuando se apoya sobre mi pecho y sus manos recorren mi espalda recuerdo todas aquellas veces que lo hizo mientras era pequeña, solo para que pudiera salir corriendo y curar a Daniè. Y ahora se muere.
Nuestra existencia se remonta a unos cientos de años. Tras la última guerra y la reconstrucción de Valuè, una extraña carga eléctrica recorrió la ciudad y el Palacio otorgando a algún antepasado, un tatarabuelo posiblemente, la capacidad de generar todo aquello que pudiera crear su mente.
Dicen que fue un hechicero, de aquellos de melena plateada, el que envió ese impulso de energía por las calles de Valuè antes de dejar este mundo con la esperanza de que algún alma pura y de buen corazón supiera como utilizar ese don.
En nuestros inicios los diarios muestran una clara inestabilidad a la hora de controlar la mente. Nadie nace sabiendo. Con el paso de los años la Corte investigo las características de aquel antepasado y algunos sabios ayudaron a desarrollar una teoría que aun nadie ha derribado.
Nos llaman Ángeles de Energía y, como he dicho, tenemos la capacidad de crear todo aquello que queramos a partir de nuestra mente y cierta cantidad de energía. El diario que cuenta nuestra historia ha seguido llenándose de anotaciones y datos, de características que son importantes a tener en cuenta para uno de nosotros. Mi madre se lo leyó siendo pequeña y yo me vi obligada a hacer lo mismo.
Todo Ángel necesita un Generador, una persona que está ligada a él o ella y que, a diferencia de nosotros, en vez de gastar la energía, la genera.
Mi madre encontró a Padre un día paseando con la Guardia Real por el pueblo, atendiendo un puesto de fruta. Como Ángel y Generador la atracción fue inmediata, el matrimonio no tardó en llegar y días después murió mi abuelo, extinguiendo su esencia de este mundo y otorgándosela a mi madre.
Y ahora le toca a mi madre vaciar su cuerpo de energía y pasarme el relevo a mí para que dentro de una semana sea coronada como Reina de Valuè. Cuando el último hilo de energía salga de Madre comenzara la cuenta atrás de mi Padre y en un año él también desaparecerá.
— Rose —. Bajo la cabeza hasta mi madre y sus uñas se clavan en mi espalda. Quiere acabar con esto de una vez. — Está bien, tiene que ser así. Yo lo pase con tu abuelo, es parte de tu desarrollo.
Ciertamente, tengo treinta años, aparento dieciocho y mi cuerpo seguirá estancado en esta edad hasta que desaparezca mi ángel predecesor. Es parte de mi desarrollo.
La visión que Madre y yo tenemos sobre la muerte es diferente a la que tiene Padre. Es el principal motivo por el que no está permitido que, a la hora de pasar el relevo de ángel a ángel, este presente el Generador o ningún humano. El otro motivo es que no soportan nuestra forma manifestada.
— ¿Lista?
— No, pero adelante. — Agarro a Madre y la siento sobre mí. No quiero que se consuma hundida en un colchón.
— Todo irá bien, Avalon y Daniè cuidaran de ti hasta que encuentres a tu propio Generador y, mientras tu vivas, una parte de mi seguirá contigo para siempre.
Presiono a Madre contra mí y cuando sus ojos se tornan negros suelto todo el aire. Mis pulmones se expanden por la carga eléctrica que recorre mi cuerpo. No se nota, ¿sabéis? Si entrase Daniè o uno de los guardas apostados ante la entrada a la habitación no sabrían que se está consumiendo.
Pero yo lo noto, lo siento, y es lo único que importa. Tengo a mi madre muriendo entre mis brazos y no puedo evitarlo. Ni siquiera puedo parar la trasfusión de energía, nos podría matar a las dos.
Su tez antaño perlada se vuelve cadavérica. Un blanco sin vida, sin brillo.
— Te quiero Rose. — Entierro los labios entre su pelo castaño que, al igual que su piel, pierde brillo y vida progresivamente.
— Te quiero Mama. — Su sonrisa sobre mi cuello y sus manos resbalan hacia los costados, inertes. El negro ha desaparecido de sus ojos y son de un tono azul plateado otra vez.
No la suelto, aun no. Cierro sus ojos y poso sus manos sobre el regazo para poder abrazarla una vez más. Un temblor incontrolable recorre todo mi cuerpo y quiero gritar, lo que sea, rugir al viento y bajar hasta el Inframundo a exigirle a Lucifer que me devuelva a mi madre.
Padre entra en la habitación y se queda a metros de la cama, observando como su mujer y compañera durante cincuenta años ha dado su vida para que su hija pudiera seguir la suya.
Dejo a madre sobre el colchón y me doy la vuelta. Rosas blancas nacen de las sabanas y acunan su cuerpo mientras yo me alejo de ella. Jamás volveré a verla.
— Rey Avalon. — Mi padre se gira para escuchar aquello que le tenga que decir su secretario.
Hace una semana que enterramos a Madre y el estado de melancolía aun vaga por los pasillos de Palacio y las calles de Valuè. Mañana es mi coronación y he suplicado que no se haga de manera pública. No me ha hecho falta ponerle ojitos a la administradora para que cancelara el evento público.
No tengo nada en contra del pueblo pero no estoy preparada para presentarme ante ellos como Reina, es demasiado pronto.
— Ts, Rose—. Daniè está escondida detrás de la puerta de la cocina y me llama con un gesto enérgico. Miro a Padre, que está enfrascado en una interesante conversación con su secretario, me levanto discretamente de la mesa y caminando con algo de rapidez atravieso la puerta de la cocina. — Vamos.
Daniè me arrastra por las entrañas de la cocina como hacia cuando éramos pequeñas. Los cocineros se paran a saludar y el juego les saca una sonrisa.
Acabamos frente a la puerta de la Lavandería donde ya se ha incorporado todo el servicio. Daniè abre entusiasmada la puerta y me empuja dentro.
Todas las mujeres allí presentes se lanzan sobre mí y me suben a un taburete. Daniè parece divertida con el espectáculo. Detesto que me midan. Me estresa.
— No es gracioso—. Daniè pone cara seria y gesto interesante. — Eres idiota.
Amatista, la jefa, rodea mi cintura con el metro. Sigue el mismo procedimiento con la cadera, el pecho, los hombros y la longitud de brazos y piernas. Cuando acaba le mando una mirada odiosa que le saca una risita nerviosa.
Desde que era pequeña tengo buena relación con el servicio de Palacio y aunque en general la gente no tenga ánimos para bromas y risas las mujeres de la Lavandería siempre tienen un poco de buen humor contra las penurias reales.
— No has crecido nada Rose.
— No me diga, y yo que pensé que ya podría entrar en la liga de Skrath. — Las costureras sueltan una risita y Amatista me golpea en el costado con el metro.
— Ya hemos acabado. Daniè, llévatela de aquí.
Daniè se levanta de un salto y me ofrece la mano para bajar del taburete.
Salimos de la Lavandería y Daniè me propone salir al pueblo. Me muestro cortante con el tema pero Daniè insiste. Lleva sin salir de Palacio dos semanas y media. Al final accedo a salir con ella al pueblo y quedamos dentro de diez minutos en la puerta del Gran Salón.
Cuando cinco minutos después salgo de mi habitación camino del Gran Salón me he puesto las botas negras, el pantalón de montar y la capa.
Daniè me espera ante la puerta y sonríe al verme lista para ir hasta las caballerizas a ensillar a nuestras respectivas monturas.
El Palacio está en absoluto silencio y a unos pasillos de distancia se oye a la Guardia Real andando al unísono. Daniè y yo nos paramos para ver a quien escoltan.
Es una chica, no puede tener más de veinte años. Va vestida de negro, con el cabello pelirrojo suelto. Lleva un pasamontañas cubriéndole la boca hasta la mitad de la nariz. En los muslos lleva bridas que sujetan las fundas de dos cuchillos medianos. Atado al cinturón, en la parte de la espalda, de manera horizontal, lleva una daga larga. Todo mi cuerpo se paraliza y ella se detiene de golpe haciendo que los guardas se den de cruces contra su espalda. Sus ojos se cruzan con los míos y algo se agita en el aire.
— ¡ROSE! —. Me giro hacia Daniè, que me mira asustada. Tiene las manos en mi brazo derecho y las uñas clavadas en mi piel. — ¿Qué te sucede?
Sacudo la cabeza y cierro los ojos. Algo en el interior de mi cabeza da golpes contra la pared de mi cráneo. Daniè me mira preocupada y yo hago un gesto con la mano para que no se preocupe.
— Vamos a montar a los draks y salimos al pueblo.
El recorrido por el pueblo es ameno. La gente ha decorado las calles con la bandera de la Casa Real y cuelgan carteles sobre mi coronación. En la gran plaza un juglar baila con sus grandes zapatos de tela y cuenta chistes que divierten a los niños que están sentados alrededor de él.
Daniè quiere ir hasta la Zona 2 y tomamos la calle que corta a la mitad la plaza hacia el Norte. Con cada metro avanzado los edificios dejan de ser elegantes para dar paso a las ruinas de la antigua ciudad.
En esta zona la vegetación se ha enredado con el empedrado de las calles, entre las estructuras de las casas abandonadas hace decenios. El empedrado da paso a enredaderas que caen en picado hacía el abismo y, no muy lejos, se distingue la Zona 2.
Los draks se estiran y despliegan las majestuosas alas de membrana partida. Daniè y yo nos colocamos en posición, enganchando las botas entre las escamas, mientras Calisto y Perséfone se lanzan al vacío y extienden las alas alzando el vuelo.
Sobrevolamos la densa vegetación que mantiene Valuè y todas sus Zonas en un constante estado de ingravidez y dirigimos a la pareja de draks al centro de la Zona 2.
Daniè deja a Calisto en el abrevadero y me pide que espere allí mientras ella se pierde en las calles y callejuelas buscando algo que regalarme mañana. A Daniè se le da muy mal guardar secretos, nunca ha sido buena mentirosa y no es difícil averiguar, fijándose un poco, que tiene planeado.
Dejo a Perséfone junto a Calisto y me siento al borde de la fuente. Posiblemente no sea nadie, pero me inquieta el hecho de que una asesina estuviera en Palacio. Más bien, me inquieta que la estuvieran escoltando y no la llevaran esposada.
Sé perfectamente que Padre no es de esa clase de soberanos pero cuando vuelva se llevara una buena bronca. Ni siquiera le quitaron sus cuchillos por el amor de Dios.
— ¡YA ESTOY! —. Daniè llega corriendo, mete la bolsa en la funda de la montura y se sube sobre Calisto. — ¿Lista?
Me levanto con pereza de la fuente y subo sobre Perséfone que alza la cabeza cuando acaricio las escamas de su cuello. Regresamos hasta Palacio directamente. Dejamos a los draks en las caballerizas y entramos por la puerta principal.
Y allí esta, justo frente a mí, sin el pasa montañas y desprovista de sus cuchillos pero conservando esa mirada gélida y seca. Los Guardas la agarran pero alzo la mano para detenerles. Seguimos mirándonos sin cambiar de posición.
Por encima de su hombro veo a Padre, sobre la escalera, observando la escena.
— ¡Llevárosla al calabozo de una vez! —. Su voz resuena en las cuatro paredes del gran recibidor y los Guardas la empujan hacia la puerta.
— ¿Qué ha hecho? — Subo a prisa las escaleras y sigo a Padre al interior del Gran Salón. — Respóndame Padre, ¿Cuál es su delito?
— Es Ezra. — El nombre me deja paralizada, anclada al suelo. — No creo que sea necesario nombrarte los delitos que ha cometido. Por favor, déjame, debo continuar con la planificación de mañana y aun me queda mucho trabajo.
Obligo a mi cuerpo a abandonar el salón. Daniè me dice algo pero no la escucho, camino hasta mi habitación y me siento en la cama sin quitarme la capa ni las botas.
Ezra. La Asesina Real, la mercenaria más buscada por el Gobierno de Valuè desde hace dos décadas. El Ángel Negro. No tiene sentimientos, no siente piedad ni dolor. No se compadece de nadie ni posee empatía. Asesino a mi tío, a mi tía, a mis primos.
Fue hace años, cuando yo aún no era consciente de que había más allá de los muros de Palacio, pero recuerdo a mi madre llorando, a Padre dando órdenes de búsqueda y captura. El ruego noche tras noche que mi madre le mandaba a un Dios inexistente solo para que su hermana aún estuviera viva. No lo estaba.
Y aun así, ahora que la he visto, tras jurar sobre la tumba de mis primos que el día que la encontrara la despedazaría, no soy capaz de levantarme de la cama, bajar a los calabozos y hacer que se reúna con su padre en el Inframundo.
Daniè no entra en mi habitación durante todo el día y cuando me incorporo en la cama estoy a oscuras. Siento el cuerpo pesado y la boca melosa. Arrastro las piernas hasta el borde de la cama y al ver mis pies enfundados aun en las botas y sentir el familiar tirón de la capa en mi cuello me levanto de un salto y salgo de la habitación.
Los calabozos están cerca de las caballerizas, una estructura que se interna en la tierra con una larga escalera de piedra en espiral. El vigilante me deja pasar con un asentimiento de cabeza y busco la celda donde descansa Ezra. Aún no se ha decidido cuando se la ejecutara pero no creo que mi padre y su Consejo la dejen viva o encarcelada.
Sin entrar en la celda paso la mano entre los barrotes y cierro los ojos. Mi mano en contacto con el aire me indica donde se encuentra cada mueble, cada grieta del suelo. Siento la respiración de Ezra en mi piel y cuando encuentro lo que busco la energía se traslada de mis manos hasta el colchón desgastado donde descansa y su grito alerta al vigilante que, al llegar a la celda se detiene, mira como Ezra se retuerce en el suelo y vuelve a su puesto en la entrada.
Consigue levantarse y su gesto cambia cuando sus ojos encuentran los míos. En un instante ese atisbo de admiración desaparece y sus ojos vuelven a ser gélidos.
— ¿Vas a matarme? — Se acerca a los barrotes. No tiene un gesto desafiante ni imponente, solo quiere ser informada. Si va a morir en la celda quiere saberlo, sin más.
— No. No voy a matarte Ezra, no puedo—. Su gesto se vuelve curioso. Mira mi mano que aun cuelga entre los barrotes de la celda y cuando su mirada baja hasta sus propias manos algo se revuelve dentro de mí. Y por alguna extraña razón se que dentro de ella pasa lo mismo."
Este es mi relato para el Proyecto #Neminis Terra.
Podéis encontrar toda la información sobre esta iniciativa AQUÍ.
No hay comentarios:
Publicar un comentario