20 de agosto de 2014


Y pensé que no sucedería nunca, que no estaba hecho para mi, que era complicado y difícil, que yo no tendría mi final feliz. Soñé con ese final y apareció ella, sus ojos marrones, su pelo largo y castaño, sedoso y brillante a la luz del sol. No era alta, de hecho media menos que yo pero en mis sueños se sentaba en un sillón bañado en oro y presidía mis deseos y añoranzas. Jamás llegue a verla de cerca, siempre fue el todo que no podría alcanzar nunca, el futuro del que yo carecería siempre. 
Comida por el insomnio y la falta de alguien a quien amar me pasaba las noches sollozando un nombre inexistente, añorando a una mujer que no conocía y deseando que mi visitante nocturno Insomnio se marchase para dejarme verla una vez más. Me enamore de un sueño y todas las mañanas al despertar veía sus ojos, sentía su calor y olía su dulce perfume. Vivía por y para soñar, sólo con tal de conseguir verla a ella. Llegó un momento en que deseaba alcanzarla, escalar los más de 1000 peldaños hasta su trono y decirle lo que me sucedía, el amor inexplicable que sentía por una creación de mi mente. El día que la tuve delante desperté antes de verla, sólo recuerdo su sonrisa. 
Fue esa semana cuando mi insomnio se hizo más persistente, esa semana que me sacaron de casa a rastras para tapar con baile y risas las ojeras que se marcaban en mis ojos. Esa noche la vi.


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