23 de marzo de 2015

"¿Así que quieres ser escritor?"




Si no te sale ardiendo de dentro,
a pesar de todo,
no lo hagas.
A no ser que salga espontáneamente de tu corazón
y de tu mente y de tu boca
y de tus tripas,
no lo hagas.
Si tienes que sentarte durante horas
con la mirada fija en la pantalla del ordenador
o clavado en tu máquina de escribir
buscando las palabras,
no lo hagas.
Si lo haces por dinero o fama,
no lo hagas.
Si lo haces porque quieres mujeres en tu cama,
no lo hagas.
Si tienes que sentarte
y reescribirlo una y otra vez,
no lo hagas.
Si te cansa sólo pensar en hacerlo,
no lo hagas.
Si estás intentando escribir
como cualquier otro, olvídalo.

Si tienes que esperar a que salga rugiendo de ti,
espera pacientemente.
Si nunca sale rugiendo de ti, haz otra cosa.

Si primero tienes que leerlo a tu esposa
ó a tu novia ó a tu novio
ó a tus padres ó a cualquiera,
no estás preparado.

No seas como tantos escritores,
no seas como tantos miles de
personas que se llaman a sí mismos escritores,
no seas soso y aburrido y pretencioso,
no te consumas en tu amor propio.
Las bibliotecas del mundo
bostezan hasta dormirse
con esa gente.
No seas uno de ellos.
No lo hagas.
A no ser que salga de tu alma
como un cohete,
a no ser que quedarte quieto
pudiera llevarte a la locura,
al suicidio o al asesinato,
no lo hagas.
A no ser que el sol dentro de ti
esté quemando tus tripas, no lo hagas.
Cuando sea verdaderamente el momento,
y si has sido elegido,
sucederá por sí solo y
seguirá sucediendo hasta que mueras
ó hasta que muera en ti.

No hay otro camino.
Y nunca lo hubo.



"¿Así que quieres ser escritor?"
Charles Bukowski




18 de marzo de 2015

Una Rosa sin Espinas



¿Qué pasa cuando te enamoras de una rosa sin espinas?
Una rosa blanca, abierta en las cuatro estaciones, de tallo firme y pétalos abundantes.
Una rosa resistente al frio del invierno y al ardiente sol del verano.
Una rosa con las lagrimas de sangre que nunca podrá derramar.
Ese tipo de rosa que suelta un dulce aroma veinticuatro horas al día,
y que solo con rozar sus pétalos los escalofríos recorren tu espalda.

¿Qué pasa cuando te enamoras de una rosa sin espinas?
Crece el miedo dentro de ti, ¿y si tus espinas dañaran a la frágil rosa?
Te pierdes en la abundancia de pétalos, utilizas el tallo como tobogan.
Y te deslizas tantas veces hasta enloquecer. Porque enloqueces.
Enloqueces de placer escalando una y otra vez el tallo solo para dejarte caer.
Enloqueces con la embriagadora fragancia de su corazón.
Enloqueces de comodidad al dejarte caer entre sus pétalos, dulce cuna de tus noches.
Y, al final, enloqueces de necesidad.

¿Qué pasa cuando te enamoras de una rosa sin espinas?
Te perderas a ti,
y la perderas a ella.



10 de marzo de 2015

Noches de Sangre



Todas las noches empezaban igual; se metía en la cama, se libraba de aquellas prendas de ropa que le causaran molestias y se ponía los cascos buscando esa música dentro de las mil canciones que calmara la hiperactividad de su cerebro e hiciese que se quedase dormida.
Y aparecía esa lista de reproducción que adormecía a su cerebro, relajaba su cuerpo y convertía dormir en el placer que realmente era. Pero eso solo sucedía a veces. En el noventa por ciento de las ocasiones algo dentro de ella se detenía, su corazón comenzaba a latir más despacio, afloraban las inseguridades, los "¿y si...?" y todos aquellos sentimientos que la mayoría de las veces eran uno más, pero que en esas ocasiones eran únicos. 
En esos momentos la bestia despertaba, desperezándose, dando la señal de su presencia con un constante miedo en el corazón de su jaula, esperando que la noche le abriera las puertas para salir a destrozar la obra de Morfeo.
Y lentamente la luz se iba, las ocupaciones desaparecían, cambiaba el chip del deber al querer, y cuando la noche era completa y absoluta, y el cuerpo tomaba posición horizontal, la bestia salía.

Y así todas las noches empezaban igual,
y todas acababan igual.

Rota en mil pedazos,
abierta por mil esquinas,
sangrando por mil rincones.





7 de marzo de 2015




Había decidido salir a fumar a la terraza, como todas las noches, pecando de vicio y necesidad antes de irse a dormir. No soplaba el viento y de sus labios salían unas perfectas os de humo blanco que se distorsionaban según subían hacia el firmamento.
En un arrebato decidió intentar superarse y meter una o dentro de otra, hasta que una gran nube blanca le tapo la vista de la ciudad iluminada por la luz de la luna.
Cuando una leve brisa recién levantada se llevo esa pequeña nube artificial lo vio.
Estaba de pie sobre el tejado, observando el mismo infinito que veía ella.
Llevaba un abrigo largo que cubría hasta la mitad de sus muslos, negro como la noche. Realmente todo en él recordaba a la noche, la oscuridad y la profundidad de un mar embravecido. 
Ella se quedó allí, observando a esa figura desconocida. 
Su torso se giro levemente para permitirle mirar hacia atrás el tiempo necesario para observar a la chica del alma en pena haciendo que su cabello despeinado se moviera para dejar ver dos charcos de plata liquida brillando con el reflejo de la luna. Ella no le conocía, él a ella tampoco, pero siempre escuchó que el tabaco es comida para un alma rota.
Ninguno dijo nada, él volvió a mirar hacía el mar y ella siguió dandole caladas a su cigarro.