18 de noviembre de 2014

Dormida


Quizás algún día te vea pero no te reconozca. 
Y quizás me saludes y no responda.
Y quizás me muevas y me caiga.
Y quizás no vuelva a existir hasta pasadas horas.
Hasta seis horas.

Seis horas sumida en un mar de inconsciencia, de abstracción, de movimientos lejos del plano que se supone que mi cuerpo, y junto a él, mi alma y mente, deben ocupar.
Algo que pocos entienden, y los que entienden no comparten, y los que no comparten nos adjuntan una serie de adjetivos al azar, intentando cuadrar nuestro comportamiento, el extraño funcionamiento de nuestra cabeza, con los peculiares resultados de nuestra vida.

No es dormir, porque no hay sueños.
No es morir, porque aún respiro.

Y no sabes que es, no sabes por qué, no sabes como, cuando, donde... desconoces muchas cosas, la mayoría de ellas tienen respuestas, las otras... bueno, las otras es mejor no formulárselas.

Es dejar de existir, mentalmente, conscientemente, en un lugar, durante un periodo de tiempo. No existe un durante, existe un antes, y un después. Antes de abstraerte, y al despertar. Entre medias no sabes lo que pasó, lo que viviste o dejaste de vivir en ese periodo de tiempo en el que tu mente estaba apagada. 
Algún debería preguntarle donde va, donde se esconde, para poder salir a buscarla y traerla de vuelta, y algún día quizás consiga encarcelarla dentro de las paredes físicas de mi cabeza, hasta entonces me privare de esos fragmentos de tiempo en los que, simplemente, me apago.



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