8 de agosto de 2015

Ese Experimento sin Nombre




Dijeron que seriamos parte de un experimento del que nunca oímos hablar, del que no sabíamos nada. Experimento que ni siquiera nombraron. Tan solo dijeron que vendrían a por nosotros, que un día conoceríamos lo que era el paraíso y vivir. 
En aquella época sobrevivíamos, los cinco nos dedicábamos a pasar los días entre berridos a un micrófono que pedía auxilio cada vez que intentabas dar una nota alta y el garaje de Key donde hacíamos danzas improvisadas sin demasiada coordinación.
Un día de tantos las conocimos y entonces todo cambió, empezamos a vivir.

Recuerdo como fue aquel mes.
Nos escapamos a un inmenso bosque intentando cambiar nuestra rutina tan molida y allí nos las encontramos, saltando entre las raíces de los árboles. Fue una suerte encontrarlas porque en nuestro afán por escapar de nuestra cotidiana vida de verano nos habíamos perdido en un terreno que no conocíamos.
No tardaron en percatarse de nuestra presencia y sonrientes nos invitaron a bailar con ellas. No hace falta decir que no tuvimos que pensar demasiado para aceptar la oferta. Perdidos o no, estábamos en buena compañía. Nosotros cinco y esas cuatro maravillosas mujeres.
Todavía no me puedo creer que fuera real y no un sueño. Tenéis que creerme cuando os digo que eran una delicia, eran como un año completo; el sonido de las hojas al caer en Otoño, el frío invernal del Invierno, la brisa cálida de la Primavera y el ardiente sol del Verano.

Encontramos una carretera, fue una de las chicas la que levantó el pulgar y en menos de un minuto estábamos riéndonos en la parte trasera de una furgoneta. Les hablamos de nuestra vida de garaje y micro cerrado. Nos suplicaron oírnos cantar y vernos bailar y tras media hora de debate tuvimos que ceder. Bailamos allí mismo, en la parte trasera de la furgoneta, mientras cruzaba la ciudad. Las chicas aplaudieron entre risas y alabaron nuestra poca sincronización. No cantamos, al menos no entonces, eso vino poco después.
La furgoneta nos dejo frente a un supermercado y tuve la brillante idea de ir a aquel local, a ese que los cinco conocíamos, sí, a ese. Llenamos un carro de cerveza y nos perdimos en la noche, en las risas, en la compañía y en alegría de habernos perdido en el bosque. Aquellas chicas nos dieron la vida, nos devolvieron la sonrisa e, irónicamente, bailaron con nosotros. De alguna extraordinaria manera conseguimos coordinarnos y aquellos movimientos desordenados que parecían sacados de épocas totalmente diferentes empezaron a encajar.
Si os lo preguntáis; sí, cantamos, pero no solos. Una de las chicas empezó tarareando una melodía y poco a poco se le unieron las otras tres voces restantes, creando un buen ambiente entre cerveza y risas. Tuvimos que hacerlo, y fue Tae, acompañado de Minho, quien empezó, suave como ellas, esperando a que nos uniéramos a él.
Está vez las chicas no se rieron, simplemente acabaron la canción y aplaudieron dándonos empujones por saber utilizar nuestra cuerdas vocales para algo más que contar chistes malos.

Pasaron tantas cosas aquel mes, vivimos tantas cosas junto a nuestro año particular que nos olvidamos por completo de ese experimento del que nunca oímos hablar, del que no sabíamos nada, del que por saber, no sabíamos ni su nombre.



1 comentario:

  1. Te lo dije en su momento y te lo repito, me gusta que te aficiones a esto de escribir con música. Y estos muchachos son bien, que te lo digo yo. Sigue retándonos, querida Vanclaise, que siempre nos lo pasamos genial.

    Un frío beso,

    Emily

    ResponderEliminar