2 de agosto de 2015

Una bicicleta amarilla casi blanca




A los dieciocho años se dio cuenta de que sus idas y venidas parecían sacadas de la vida de una protagonista en una película estadounidense.
Vivía en uno de los barrios residenciales a las afueras una gran ciudad, en una casa de planta baja, con su padre, su madre y un perro que hacia las labores de hermano pequeño.

Su vida era simple; durante el invierno, el otoño y parte de la primavera se dedicaba a sus estudios, sacando buenas notas para encontrar la manera de salir de ese barrio e irse a la gran ciudad de la que provenía su madre, Nueva York. 
Durante el verano su vieja bicicleta amarilla casi blanca con manchas rojas era todo el transporte que tenía y junto con ella su vestimenta habitual; los pantalones cortos blancos, la camiseta de tirantes con motivo azteca, la chaqueta vaquera que había cogido a su padre hacía años y las playeras desgastadas que aguantaban verano tras verano, carrera tras carrera, la acompañaban a casa de su vecina y mejor amiga.
En esa casa disfrutaban del pecado del alcohol y el tabaco que tan prohibido tenían, se bañaban en la piscina e iban a la cima del acantilado para que el novio de su mejor amiga bateara pelotas a la inmensidad del mar y reventará las botellas de cerveza que ellas ya se habían bebido contra la madera astillada de su viejo bate.
Mientras él disfrutaba de su entretenimiento personal ambas chicas bailaban y se movían sin ningún tipo concreto de patrón, y en más de una ocasión se lanzaban miradas de reojo con una sonrisa tímida pero fuerte, una sonrisa que solo conocían ellas dos.

Y así pasaban los veranos; maravilladas por el sol, bailando sin música, bebiendo cerveza, bateando bolas, chapuzones en la piscina y miradas furtivas que dejaban ver mucho pero no decían nada.
Hasta que un día esas miradas se convirtieron en actos, en besos, en caricias y en palabras, hasta que un día esas miradas se transformaron en te quiero. 
Aquella tarde cuando volvía a su casa en la bicicleta amarilla casi blanca que la acompañaba todos los veranos pintó en sus labios la última sonrisa que ella le había dedicado.



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