28 de agosto de 2014


Felicidad irracional sin fundamento, la alegría a todas horas, la necesidad de hacer algo tonto, algo descabellado, la necesidad de escuchar una canción que te vuelve loca y bailar. No importa lo que los demás piensen de ti y en este mundo todo es perfecto. El sentimiento al abrir los regalos de Navidad bajo el árbol. Esa frase de 'nunca me aré mayor', esa promesa de infancia una tarde de verano después de un día de piscina, merienda con los amigos y risas. Esa promesa tumbados en el prado, ese 'Prometemos que nunca dejaremos de ser niños' Esos momentos en los que te abrías comido el mundo con patatas y kétchup, en los que te creías superhéroe...o princesa. Esas tardes de verano en las que no tenías que estar en casa, esas tardes en las que; con un bocadillo, una bebida y tu bolsa particular de sueños cargados en una mochila, cogías la bici y te dedicabas a perderte. Esos momentos de la adolescencia en los que había millones de personas a tú alrededor y tu solo necesitabas a una.
Al olvidar te conviertes en lo que en la sociedad se llama adulto. Lo peor de todo, es que el olvidar no es opcional, ni voluntario. En las lágrimas derramadas, caen todos los recuerdos, sueños y deseos de la infancia y adolescencia. ¿Pero sabéis que? Se puede recuperar. No todos los adultos deciden recuperarlo, muchos ni siquiera llegan a saber que perdieron su infancia. Para ellos hacemos tonterías. No saben que hay en nuestra cabeza, porque el 90% de las veces no hay nada… ¡somos niños! Somos irracionales y descabellados por naturaleza.
No dejes que ningún adulto te encierre y reprima tu niño interior. Si olvidas lo que es soñar, intenta recordar.



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