2 de agosto de 2014



Un brillo deslumbrante, la trampa ya está echada.
La media luna brilla, el aire se vuelve ligero, la sangre circula, la piel se pone de gallina, los pulmones se hinchan, el oído escucha dejando entrar esa dulce melodía.
Ves la luz en el fondo de los ojos castaños, escuchas la risa que rebota en su garganta, sientes el calor que desprende su cuerpo, saboreas con los ojos cerrados y la boca vacía cada palabra que con vibración desprenden sus labios rosados.
Entierras los miedos; esos que no te permiten disfrutarla, que te ciegan y atormentan un alma pura que fue maltratada por el tiempo, que luchó a escudo y espada. Lentamente, en un movimiento inconsciente, con un lento descenso de la mano bajas esos miedos, los sitúas en el lugar más alejado, el más próximo al suelo. 
Eres libre para abandonar la consciencia y adentrarte en el mundo sensible. Dejas caer la carcasa de tu cuerpo maltratada sobre una superficie suave y con los ojos abiertos escuchas el vibrar.
La luz se abre camino en tu interior dejando atrás la oscuridad olvidada, algún día no necesitarás enterrarla. Descubres un corazón cálido, un latido ardiente, una necesidad obsesiva. Entiendes a la estatua de mármol desnuda armada, el Dios del Arco Desnudo. 
Flechas que vuelan invisibles al ojo humano, visibles al ser inconsciente. Recibes el flechazo en el centro pero, a pesar de no ser la primera flecha que rompes, la primera punta que sacas, la primera herida que sangra, es diferente.
El dolor reconforta, no duele. Te hace sonreír, no llorar. Te sientes alegre, ni triste ni enfadado.

Vuelve el ser consciente y te incorporas. Despiertas, ya no sangras, la herida no está.
Miras a la derecha, a la izquierda, y te cruzas con las puertas de madera a su interior. Baja el miedo.
Se convierte en un ser inconsciente y ves su herida, en el mismo lugar que la tuya, pero ella tampoco llora, no está enfadada ni triste, es feliz y sólo necesita una única cosa de ti.


Sonríe, sonríes.



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